Los molinos de viento
Cuando era
pequeña, en unas ansias, quizás, por honrar la memoria viva de Fuerteventura, se
me daba por buscar morfemas inexistentes y así, en la locura lingüística del descubrimiento,
comprendí, no sin cierto arrastre de error, que el masculino de molino era
molina. Pero mi imaginación no solo se quedó allí: inventó ficciones donde el
bien llamado “molino” era el esposo de la “molina”.
Aquellas
inocentes historias, luego se transformaron en verdaderas tragedias cuando,
leyendo a Lorca, la relación entre el Molino (ahora con mayúscula) y la Molina
(que comencé a escribir, semejante a un apellido) se transformó casi en el
conflicto de Bodas de Sangre, pero
con cierta tendencia a la fabulación y a la “traición” oral.
Los molinos de
viento, tal vez, admirados desde mis antiguos ojos infantiles, se me figuraron
inmortalmente humanos y fue mi abuela materna la que motivó en mí las leyendas,
sobre todo cuando me explicó cómo la isla sufrió el acoso de piratas.
—Otrora, se popularizó un supuesto
origen de los molinos, en relación a un romance frustrado. Candela Molina
Quesada— me contaba mi abuela—era la hija del Primer Capitán General que se
encargó de defender la isla en nombre de la corona. Ella estaba comprometida
con uno de los Sargentos Mayores más famosos de Canarias, Amaro Pardo Molino, pero
su amor no duró mucho: uno de los piratas más peligrosos de la potencia enemiga
se enamoró de ella. El tal Walter Raleigh, en uno de los ataques, la tomó
prisionera.
Siempre imaginé
a Candela como una muchacha que vestía corsé y que tocaba el piano pero, por lo
que pude desentrañar de la historia secreta, ella era tan solo una pequeña
niña: la “niña Molina”, como le llamaba su padre.
—Cuando Walter Raleigh se la llevó
consigo al Calima, un barco pirata
que luego desapareció, Amaro Pardo se entregó a los piratas, quizás en un
arrebato que ignoraron los historiadores, para ser tomado prisionero. Allí, le
hurtaron todas sus pertenencias, excepto una medalla que había recibido de la
familia Molina, en el compromiso. Candela y Amaro se vieron una última vez en
la cubierta del barco, antes de que lanzaran a ambos por la borda. Se dice que
los habían atado y que, una vez que los obligaron a arrojarse al agua, se
hundieron sin dar resistencia.
Me negaba a imaginar un final tal funesto para ellos pero, por suerte,
las versiones eran variadas y permitían segundas oportunidades.
—Otros cuentan que ella, Candela, pudo
desatarse y llegó nadando, nadie sabe cómo, a la orilla vigilada, donde pidió
ayuda a los soldados de los castillos que se elevaban en la costa. Los pocos
que la vieron, dijeron que nadaba como si tuviera seis brazos, de ahí las seis
aspas de las molinas. A Amaro no lo encontraron nunca pero se dice que, días
después del naufragio, se levantaron tres enormes olas que llevaron hasta las
costas la única medalla que había conservado Amaro, en sus días de cautivo.
A pesar del trágico desenlace, me consolé en esperar con ansias que
aquellas primeras hipótesis infantiles tuvieran algo que ver con el origen ancestral
y tal vez, arcano y supersticioso de los molinos.
—Tiempo después— fue finalizando mi
abuela—los primeros molinos que se introdujeron en la zona no giraban de
ninguna manera, por más viento que corriese. Fue, tras la muerte de Candela, en
una coincidencia casi fantástica, que uno solo comenzó a girar y con él, los
casi cien que se instalaron con la maquinaria de molturación. Todos creen que
fue ella la que hizo andar los molinos, que se convirtió en parte del Calima o
del viento y que su soplo, siempre enamorado, protege la isla.
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