¡Migrar es un derecho! ¡Es libertad! La Fundación Resifro de la Plata, Buenos Aires, trabaja en pos de los derechos de refugiados y emigrantes y, desde hace dos años, organiza un Certamen Internacional en las categorías de poesía y microrrelato en donde se visibilizan experiencias de la inmigración.
En 2023, dos mendocinas nos llevamos los primeros premios, Fernanda Briz en microrrelato y yo, María Sofía Abarca, en poesía. ¡Muy orgullosa por este reconocimiento tan bonito!
LA PREGUNTA
Estoy
en la búsqueda de mis propias fronteras y me pregunto qué encontraré:
qué
tiene para darme esta tierra que recibió mi semilla y en dónde crecerán,
esperanzadas,
mis nuevas raíces habituadas al sustrato de otros suelos áridos.
A
veces, creo que estoy cultivada por el agua de lluvias emigrantes, por la luz
nunca
arrepentida del sol y por un idioma fundado a partir de revoluciones y de
guerras;
un
idioma cargado de muertes, de nacimientos, de viajes y de dioses forasteros.
En
esa sospecha fugaz de mi origen milagroso,
descubro
que soy hija de un mundo escindido:
una
de sus mitades vuelve a buscarte y la otra se queda sola, soñando.
Mi
hogar nunca tuvo forma de crisálida, nunca pude sostener yo sola
todos
mis truenos, pero me acostumbré a trasformar en mi casa las estrofas
del
himno gigante y generoso de mi país, acostumbré a construir mi casa
sobre
los versos de una oración de Santo Torino Romo, sobre el uso horario
que
me separa de tu abrazo, y sobre los kilómetros de mi incertidumbre.
Mi
lenguaje es parte de mi patria: en ella están impregnadas las conquistas,
los
gritos, los amores, los reencuentros y las creencias de los antepasados.
Mi
lengua madre no es más que otro inmigrante que ha tomado el barco
junto
con todos sus lexemas y su gramática apátrida; ha venido, embarazada
de
sus prefijos a construir su propia palabra, a dejarse polinizar por abejas nuevas
que,
por momentos, atraviesan la carne cansada con su aguijón de bienvenida.
Buscando,
vi niños solos, niños huyendo de la ruina y la persecución,
familias
amparadas solo por el desierto o el mar que debían cruzar
para
sanar aquellos símbolos de la violencia y del miedo.
Junto
las manos, veo que más que manos parecen las dos mitades de un nido
que
los pájaros migratorios de Mendoza han deshabitado, ahora lo adopto como mío:
escribe
palabras en otro idioma, protege, enlaza, toma otras manos
con
el color de un atardecer que veo por primera vez.
Todo
el tiempo, a pesar de mi buena fe, he formulado mal la pregunta,
he
malinterpretado la envergadura dormida de mis alas. Yo no busco, yo ofrezco.
La
pregunta siempre fue: ¿qué tengo yo para dar a esta tierra?
No hay comentarios:
Publicar un comentario