¡Hasta la Pobla de Valbona han llegado las abejas de Mendoza! El certamen consistía en un haiku con temática sobre la naturaleza, al que podía agregarse una imagen.
Rescate
Abeja, vive:
las flores ya
abrieron.
No tengas miedo.
¡Hasta la Pobla de Valbona han llegado las abejas de Mendoza! El certamen consistía en un haiku con temática sobre la naturaleza, al que podía agregarse una imagen.
Rescate
Abeja, vive:
las flores ya
abrieron.
No tengas miedo.
https://view.genial.ly/657885644e475f0014829189/interactive-content-cosmocuentos-2023
VII JUEGOS RITUALES
Los VII Juegos Rituales entre pronombres y psicopompos
se celebraron a las orillas del río Atuel, para facilitar la venida de las
barcas que llegaban desde el más allá. Ningún humano se imaginó jamás que por
la afluente del río Desaguadero asomarían los gigantescos y monstruosos
psicopopmpos.
Los Pronombres, ágiles seres alados, fueron los
primeros en llegar, los gigantes ojos grises que se abrían en sus alas de gran
envergadura, los delataban. Cada uno de ellos se encargaba de la protección de
un nombre propio y, aquel día, habían sido llamados por los Nuevos Inmortales
para competir y para tratar de firmar un acuerdo de paz entre aquellos seres
fantásticos en disputa: los pronombres, que acompañaban los nacimientos y los
psicopompos, que guiaban a las almas difuntas.
Sin embargo, la cantidad pronombres era excesiva y,
en aquella oportunidad, a pesar de las quejas y de las insistencias,
competirían los protectores de los nombres que empezaran con la letra A.
Por su parte, los gigantescos Psicopompos hicieron
fila para anotarse en los juegos, cada uno traía su remo y su lámpara de
aceite. Muchos se reconocieron y se saludaron después de tantos años.
La apertura de los Juegos iniciaba con la entrada de
los Nuevos Inmortales que traían consigo los nombres de todos los muertos y
bendecían los nombres que aún estaban vivos, tradición que se mantenía desde
hacía siglos.
La transmigración, el cambio de formas, las batallas
singulares y la competencia de talentos intentaban poner fin a las diferencias
entre pronombres y psicopompos.
Los gigantescos seres que se encargaban de guiar a
las almas por los ríos subterráneos disfrutaron de una tarde tranquila en la
montaña, alejada de los lamentos del Inframundo. Ninguno quiso recordar las
guerras, ni la sangre, ni las espadas.
Es más, pensaban reunirse nuevamente y organizar una
Feria del Libro Oculto en alguno de los reinos.
Los molinos de viento
Cuando era
pequeña, en unas ansias, quizás, por honrar la memoria viva de Fuerteventura, se
me daba por buscar morfemas inexistentes y así, en la locura lingüística del descubrimiento,
comprendí, no sin cierto arrastre de error, que el masculino de molino era
molina. Pero mi imaginación no solo se quedó allí: inventó ficciones donde el
bien llamado “molino” era el esposo de la “molina”.
Aquellas
inocentes historias, luego se transformaron en verdaderas tragedias cuando,
leyendo a Lorca, la relación entre el Molino (ahora con mayúscula) y la Molina
(que comencé a escribir, semejante a un apellido) se transformó casi en el
conflicto de Bodas de Sangre, pero
con cierta tendencia a la fabulación y a la “traición” oral.
Los molinos de
viento, tal vez, admirados desde mis antiguos ojos infantiles, se me figuraron
inmortalmente humanos y fue mi abuela materna la que motivó en mí las leyendas,
sobre todo cuando me explicó cómo la isla sufrió el acoso de piratas.
—Otrora, se popularizó un supuesto
origen de los molinos, en relación a un romance frustrado. Candela Molina
Quesada— me contaba mi abuela—era la hija del Primer Capitán General que se
encargó de defender la isla en nombre de la corona. Ella estaba comprometida
con uno de los Sargentos Mayores más famosos de Canarias, Amaro Pardo Molino, pero
su amor no duró mucho: uno de los piratas más peligrosos de la potencia enemiga
se enamoró de ella. El tal Walter Raleigh, en uno de los ataques, la tomó
prisionera.
Siempre imaginé
a Candela como una muchacha que vestía corsé y que tocaba el piano pero, por lo
que pude desentrañar de la historia secreta, ella era tan solo una pequeña
niña: la “niña Molina”, como le llamaba su padre.
—Cuando Walter Raleigh se la llevó
consigo al Calima, un barco pirata
que luego desapareció, Amaro Pardo se entregó a los piratas, quizás en un
arrebato que ignoraron los historiadores, para ser tomado prisionero. Allí, le
hurtaron todas sus pertenencias, excepto una medalla que había recibido de la
familia Molina, en el compromiso. Candela y Amaro se vieron una última vez en
la cubierta del barco, antes de que lanzaran a ambos por la borda. Se dice que
los habían atado y que, una vez que los obligaron a arrojarse al agua, se
hundieron sin dar resistencia.
Me negaba a imaginar un final tal funesto para ellos pero, por suerte,
las versiones eran variadas y permitían segundas oportunidades.
—Otros cuentan que ella, Candela, pudo
desatarse y llegó nadando, nadie sabe cómo, a la orilla vigilada, donde pidió
ayuda a los soldados de los castillos que se elevaban en la costa. Los pocos
que la vieron, dijeron que nadaba como si tuviera seis brazos, de ahí las seis
aspas de las molinas. A Amaro no lo encontraron nunca pero se dice que, días
después del naufragio, se levantaron tres enormes olas que llevaron hasta las
costas la única medalla que había conservado Amaro, en sus días de cautivo.
A pesar del trágico desenlace, me consolé en esperar con ansias que
aquellas primeras hipótesis infantiles tuvieran algo que ver con el origen ancestral
y tal vez, arcano y supersticioso de los molinos.
—Tiempo después— fue finalizando mi
abuela—los primeros molinos que se introdujeron en la zona no giraban de
ninguna manera, por más viento que corriese. Fue, tras la muerte de Candela, en
una coincidencia casi fantástica, que uno solo comenzó a girar y con él, los
casi cien que se instalaron con la maquinaria de molturación. Todos creen que
fue ella la que hizo andar los molinos, que se convirtió en parte del Calima o
del viento y que su soplo, siempre enamorado, protege la isla.
https://rinconesdegranada.com/los-molinos-de-viento#google_vignette
Marcharé multiplicándote musas.
Marchamos muertas: mi madre, mis muchachas, mis maestras. Marchamos metafísicas, mágicas, maravillosas. Mi madre mecía machetes, maternizaba martillos mientras marchaba. Moretones, machucones, mis mitocondrias moderaron motivando margaritas.
Marchan Marina, Mariajosé, Melody, Micaela, Mercedes, Milagros, Marta. Marchan Milena, Martina, Macarena, Magalí, Magdalena, Mabel, Magnolia, Mariana, Marisol, Marianela, Mónica.
Marchan Maríangeles, Marisa, Mariela.
¡Marcha Mendoza!
Marchan mujeres melancólicas, madres marginadas, Marías macilentas,madonnas mancilladas, más milagrosas.
Manifesté mi metamorfosis, mientras mantenían mis manos mil mariposas mutiladas, mientras mil monstruos me miraban.
Marchaba mientras muchos me murmuraban murciélagos, moscardones, mientras me menospreciaban, mientras me mentían. Marchaba majestuosa mientras me mezquinaban.
Mis madres mimaron mis manos moribundas, me modularon mansas melodías mientras marchábamos. ¡Mientras movíamos montañas, mientras mejorábamos mañanas!
Mundo machista, mientras me muerdes, malintencionado; mudas, mil mujeres moverán mi morada.
Mientras me maldices, marcharé multiplicándote musas.
El amor es algo así como comerse la cabeza del ser amado.
Mi microrrelato de mantis religiosas, una historia que conjuga el terror, la ciencia ficción y el amor, fue premiada en Chile. El premio consistía en una ilustración del microrrelato por PoliQui, ilustradora chilena. ¡Santateresa ha quedado preciosa.
Te invito a leer "Amor Invertebrado" y a cuestionar algunas bases y prejuicios del amor romántico.
Amor
invertebrado
Santateresa, una mantis antropomórfica de
tres meses, cuyos antepasados se habían sometido a la hormonización a partir de
los ecdiesteroides de la
mantis springbok, había descubierto una reproducción asexual
que la hacía perfecta, pero que no la satisfacía: ella quería enamorarse,
quería encontrar un macho que la cortejara y luego, como lo imponía su
instinto, comérselo.
Una noche, en la enredadera de un jazmín de lluvia
cubierta por rocío, lo vio.
No supo su nombre, seguramente Mamboretá,
como todos. Estaba cazando una langosta y allí fue Santateresa. Primero, como
en una cena romántica, comió de la presa, no sin antes inmovilizar a su
reciente pareja que, obediente y sumisa, aceptó la condena.
Sin embargo, y luego del breve apareamiento,
quiso pelear en vano, aunque ella era más fuerte y más grande.
Lo degolló y comenzó a masticarlo, desde la
cabeza, cuando aún seguía vivo.
Pensó que así era el amor.
Su nombre resuena en España y en Pinos Genil que organiza, desde hace ya dos años, un certamen de poesía sobre "Historias de mujeres", en la Clausura de las Jornadas sobre Berta Wilhelmi.
Mi poema se congració con el segundo lugar y aquí lo publico. ¡Muchas gracias al Ayuntamiento de Pinos Genil y a la Diputación de Granada por este reconocimiento tan bonito!
El
cantar de las flores
Una mujer llevando a otra, ambas vivas,
orgullosas y bendecidas.
Una, más grande, parece el mar bravío,
de corazón encrespado y salado,
aquel de jardines profundos y de
caracolas que recibieron a Alfonsina.
Otra, más pequeña, honra el velero
dibujado con carbón en las paredes del calabozo,
por la Mulata de Córdoba.
—Falta
que navegue—provoca
el vigilante, riendo.
—Mire
cómo navega—responde
la mujer.
Mi abuela cargando en el vientre a mi
madre, es como esa campesina, que
llevando granos, semillas y raíces,
aspira a alimentar al mundo.
Es esa guerrera de Japón, es Tomoe
Gozen levantando la katana,
luchando en las guerras Genpei y defendiendo los castillos:
a su alrededor caen los hombres y se
levantan las grullas.
Es esa mujer valiente, la vendedora
ambulante, la “madre coraje”
que huye de la guerra y que es símbolo
de alianza y de pérdidas irreparables.
Mi abuela embarazada de mi madre,
semeja un estramonio y es, a su vez,
la Flor
Blanca N°1 de Georgia O’Keeffe y La
feria de caballos de Rosa Bonheur,
esos de gesto desbocado y sorprendido
en carrera, como la tarde de Ada Salas.
Mi abuela Josefina Flores está en un
cuadro, es pintada por Mary Cassatt
y le está lavando, con dulzura de
óleos, los pies a mi madre.
Dentro de mi madre, en uno de sus
tantos óvulos, seguro estoy yo,
entre las montañas y los mares
rosados, gualdos y celestes,
como los imaginó Helen Frankenthaler.
Allí estoy, duermevela dentro de mi
madre, como en un poema
de Gabriela Mistral, yo soy su intento
de Ternura, su Niña errante y su Lagar.
Dentro de ellas dos, con ese calor tan
humano, se sienten
todas las formas del fuego, incluso
aquel que abrazó a Juana de Arco,
el mismo que incendió la fábrica Cotton de Nueva York, ese ocho de marzo.
Todas las luces arden dentro del
vientre: las cerillas, las estrellas y el brillo de los ojos,
incluso de aquellos apagados por la
violencia y el maltrato.
Es parte de la vida, pensarse tan
vulnerable, tan cuidada
dentro del líquido ambarino que forma
pequeñas olas de calcio, y entonces,
yo vuelvo a ser un barco, en cuyas
velas se trasparenta el sol más imperioso.
Mi mascarón de proa es una mujer
alada, como Berta Wilhelmi,
una mujer de color dorado que separa
los labios,
como cantando o lanzando un beso.
Yo insisto en mi abuela porque, aunque
su nombre no haya sido Ada Lovelace,
aunque su
nombre no fue Hipatia, ella me ofreció una historia,
me ofreció
un mundo de atardeceres en la orilla, corales y una madre.
Ella tejía,
desmenuzaba y deshacía como Penélope, como Ariadna o como Las Moiras;
en ese
vaivén caprichoso, casi sonámbulo y ávida de urdimbres,
al enhebrar
ofrecía, tejiendo, parte de mi memoria y de mi futuro.
Al pensar en
ella, en su sonrisa llena de violines como los de Maddalena Sirmen,
me pregunto
cuántas mujeres hay dentro de mí,
cuántas
manos, cuántos dedos, cuántos músculos escriben, desahogándose,
ahora,
conmigo estos versos libres, susurrantes y urgentes;
cuánta
sangre, cuantos huesos, cuántas voces acalladas de insomnio
remontan el horizonte
de estos verbos colmados de estrógeno.
Por eso, no
quiero dejar de gritar, por esta boca que yace escrita,
todas las
metáforas de la vida, todos los rostros que puede adoptar Dulcinea
y cada uno de
los nombres del amor, aunque se hayan olvidado.
No puedo
permitir que nos vayamos de este mundo cruel y hermoso
sin haberlo
convertido todo en la primavera de Emily Dickinson:
este poema
será tu pájaro que vuelve y tu árbol florecido.
Un árbol de
fruto generoso, donde mi abuela, como me contaba, en su infancia
llena de
ilusiones y de sueños puros, cosechaba las manzanas.
UN CUENTO CHINO A LA ORILLA DEL AGUA
“No. Nadie recuerda lo que sucedió hace tanto tiempo. El universo es creado cada cinco minutos.” Cartas Marcadas. Alejandro Dolina
Toma#1
El reino de Lisuan-tú disponía, podría decirse, de una manera violentamente dulce y desde la dinastía Mainsu-to de leyes salvajes que regían o, más bien, hacían del bienestar ciudadano el más severo de los derechos con que podía contar un reino de tales, vamos a llamarle, “necesidades”. Pero antes de comenzar la narración, y para los que no han recorrido la China del siglo XVII, ya sea por falta de imaginación o por ser blanco fácil de la Santa Inquisición en aquella época; me es necesario aclarar que el reino de Lisuan-tú era una isla aledaña a lo que actualmente se llama Hainan, el caribe Chino, y cuyas fronteras marinas limitan con las actuales Vietman y Tailandia. La ubicación es de suma importancia por la siguiente causa, que tendrá más de un motivo de discusión: los habitantes de Lisuan- tú estaban completamente aislados del resto de los reinos, vivían encerrados sin posibilidades de ver más allá de las costas amarillas y de los pescadores. La vida terminaba en sus orillas. Y así confiaban en una existencia, digámosle, extraña, digámosle, mecánica, que necesitará de más de un testigo que como yo, se atreva a pisar sus costas. Durante mis viajes, decidí permanecer por breve tiempo en el reino, dado el gran espanto que produjeron en mí las costumbres inusuales de dicha comunidad.
Lisuan- tú, más allá de la economía marítima de excelente calidad, puedo confirmarlo por su forma de cocinar la Totoaba, vivían (Y pido al lector que antes de seguir leyendo se tome un breve descanso: mire a su alrededor un instante; busque qué es la Totoaba; hable con algún amigo que, si es posible, esté a una distancia cercana; o abra la ventana y observe el día, o de ser necesario, la noche…todo esto para neutralizar la siguiente información que voy a revelarle. Ahora regrese a la lectura del segundo párrafo desde el primer Lisuan-tú y lea, por voluntad propia, esta extraña mutación de vida anacrónica y su más maravillosa diversidad sin, para que no sea abrupta la lectura, prestarle atención al contenido entre paréntesis que ahora parecerá insignificante) en un proceso permanente e infernal de lo que se llamará posteriormente posproducción de montaje y edición de vídeo. Pasaré a explicar lo que esto significa, pero con breves anécdotas (o para ser más específico “secuencias”) que se extienden a situaciones similares.
Una vez vi a Minyú, uno de los hábiles cocineros de la Totoaba y amigo mío (me brindó su casa al principio y luego me ayudó a reinstalarme), caminando tranquilamente por la calle y, de repente, tropezó con tal mala suerte que se rompió la nariz. Fue allí que, ante mi corrida para socorrerlo, apareció un Director (a la manera de los directores de cine actuales junto con todo su séquito de asistentes de dirección; a veces, de ser necesario, también se contrataba un público y algunas butacas) y le gritó ¡Corte! al pobre Minyú que yacía sangrando en el suelo y se veía obligado a levantarse tras las miradas acusadoras del director. Ahora Minyú, que ya no caminaba tranquilamente por la calle, debía parar, hablar brevemente con el director y continuar su camino al restaurante tras la orden de ¡Acción!, obviamente sin tropiezos y limpiándose la sangre que le ultrajaba el fino uniforme de trabajo (tal como escuché que le gritó después el Director) mientras las cámaras lo escoltaban.
Otro día, un martes cercano al crepúsculo en Lisuan-tú, yo había sido invitado a una cena aristocrática cuando, por una de las ventanas de la enorme mansión vi a un caballero enamorado que se le declaraba a una bella dama en el jardín privado de Qing Hui Yuan, (generalmente este tipo de declaraciones se realizaban, con previo permiso, en los hermosos jardines del palacio, solo y exclusivamente si el amante era correspondido). Sucedió que el joven, dado el nerviosismo por la exposición, tartamudeó y olvidó su discurso al tiempo que parecía ascender del mismo infierno el Director y su séquito. Aquel gritaba repudiándolo con agresivo profesionalismo: “¡Corte! ¡Corte! ¿Otra vez te olvidaste las líneas? ¡Las practicamos mil veces!” Es así que, mientras la joven reía, el caballero, quizás un poco menos enamorado que antes, recibía los consejos del director dispuesto a memorizar las líneas olvidadas. Alguien me habló en medio de la cena, Ho Yin, uno de los escribas, y debí interrumpir mi atención hacia los enamorados.
Un día después, en una de mis visitas a las escuelas del reino, presencié uno de los exámenes a los alumnos sobre historia, en este caso a Shang Fang, el hijo del escriba de la noche anterior. El estudiante se acomodó para su examen oral frente al panel de profesores. Le hicimos una pregunta muy sencilla sobre dinastías, pero Shang Fang herró la respuesta; tras la siguiente pregunta sobre enfrentamientos bélicos, el joven permaneció en silencio y fue allí que, ante mi expectativa por su respuesta, reapareció el famoso director al grito de “¡Corte!” acompañado por un pequeño público que comenzaba a reír tras el vergonzoso error del estudiante. Es así que luego de una breve compostura y tras el grito de “¡Acción!”, el estudiante humillado retomó su lección mientras observaba las sombras del público que acarreaban sus butacas para retirarse. Yo quise ayudarlo a recomponerse, pero Shang Fan cerraba los puños e intentaba no llorar, ignorando mi auxilio.
Llegamos a las dos últimas anécdotas que soy capaz de contar con todo el dolor de mi corazón. La primera de ellas, ocurrió cuando una noche, luego de cenar, me llamaron urgentemente: Minyú había fallecido de muerte súbita y debía ir al velorio lo antes posible. Cuando llegué, yo me hospedaba en aquel tiempo en su misma calle, observé a todos sus familiares rodeando el cuerpo envuelto en sábanas, para brindarle el último adiós. No había nada que hacer ante la muerte, ya era libre y ningún director lo haría ponerse de pie. Sin embargo, fue ante el llanto de la viuda y sus hijos que, a modo de invocación, el Director salió de una de las habitaciones. Se escuchó la puerta cerrarse, violentamente seguida por el grito, sin el más mínimo respeto, de “¡Corte! ¡Necesito más emoción! ¡Más emoción! ¡Más llanto! ¡Se ha muerto, no lo volverás a ver! ¡Más emoción!” Y luego el tirano gritaba: “¡Acción!”. Fue así que despedimos, entre las permanentes intervenciones del director, a mi buen amigo Minyú.
La última anécdota tiene algo de perverso y algo de milagro. Había escuchado de situaciones similares en mi breve estadía en Lisuan- tú, pero aquella tarde, luego de terminar mi turno en la escuela observé a un hombre en lo alto del templo de Nanshan, que amenazaba con tirarse al vacío. Los ciudadanos malheridos por el tipo de vida miserable que vivían planeaban su suicidio de una manera poco original: la mayoría saltaba desde lo alto de los templos o monumentos, quizás, como la única oportunidad de sentirse libres. El hombre, luego de meditar una última vez, saltó con gran ímpetu y cayó como una gruya herida para nunca más levantarse. Sin embargo, una vez en el suelo frío, aplastado y mutilado, casi sin aire por la caída, logré observar que su cuerpo roto descansaba sobre una especie de gran almohadón. Fue cuando el director salió de su escondite, agitó los brazos y gritó “¡Corte! ¡Corte!”. Fue allí donde, absorto, presencié el milagro: el hombre se levantó, moribundo, y sosteniendo un brazo quebrado miró pidiendo piedad al director que llamaba a un asistente para que retocara las heridas, al tiempo que gritaba pidiendo un doble de riesgo: “¡Un doble! ¿Dónde está el doble?” Fue así como su intento fallido de suicidio dejó al hombre en la más completa humillación. Se había salvado de milagro y era esa su nueva condena. Partió escoltado por las cámaras.
La vida ya no era genuina, no valía nada. Era aquello que titilaba casi apagándose en el intermedio de un ¡Corte! y un ¡Acción!
Toma #2
Tiempo después, en meses de frío invierno, cambié mi residencia al palacio real, donde convivía con escribas y personas de alto rango, y obviamente con el director y sus asesores. Yo no experimentaba el proceso de posproducción de montaje porque no era nativo, a pesar de eso, quise partir y no regresar nunca más. Sin embargo, ocurrió algo que me lo impidió. La razón por la cual preferí permanecer en el reino de Lisuan-tú fue Xue, una bella joven cuyo nombre significó “nieve” hoy y siempre, y así como ella parecía que lo cubría todo en aquellos meses fríos. La encontré leyendo en uno de los jardines y grande fue mi sorpresa al descubrir que leía el Shuihu Zhuan, que bien podría significar A la orilla del agua, una novela clásica de la literatura China ambientada en la dinastía Song. Cuando levantó la mirada, se sorprendió al verme y para no asustarla le mostré mi más reciente lectura, el Shī Jīng, también conocido como el Libro de las odas y fue allí que nos reconocimos como iguales. Al principio, Xue no me hablaba y se refugiaba, de cierta manera en su lectura, me observaba de reojo y al ver mi insistencia por querer platicar, tomó el libro que leía y me develó un nuevo secreto. Si bien el léxico arcaico del Shuihu Zhuan me era dificultoso, me fue señalando palabras con sus pequeños dedos blancos, me dejaba espacio para memorizar y continuaba pacientemente brindándome su mensaje. Al terminar, repetí lo que ella me había enseñado con cierto temor: “No pueden hacernos nada mientras leamos”. Me pregunté si con eso hacía referencia al proceso de postproducción de montaje, que, me enteré luego, se limitaba a ciertas situaciones: la muerte, la vida cotidiana, el sexo, el alumbramiento, las guerras, el amor, pero al parecer, la literatura se veía exenta. De tal manera, lo que me quería expresar Xuan no era en sentido literal e interpreté: “Si leemos, seremos libres, aunque sea por un momento”. Me sorprendió un poco su actitud pasiva, pero luego comprendí que no había oportunidad de vencer. Otros reinos tenían leyes peores que regían sus vidas. Yo ya conocía el reino de Po, donde sus ciudadanos eran hábiles en el disfraz, tomaban otras identidades o cargos y aprovechaban para cometer excesos o, por ejemplo, aquel imperio donde sus habitantes podían desprender sus cabezas a voluntad e intercambiarlas. Lisuan- tú podía sobrevivir a aquellas costumbres y sacar provecho de ellas si…
Interrumpí mis reflexiones cuando vi pasar al director y a su séquito que nos observaron indiferentes por tener un libro entre las manos. Tanto Xue como yo permanecimos inmóviles hasta que pasó el último asesor de dirección y luego nos dispusimos a leer en silencio. El silencio en Lisuan-tú, parecía ser la última nota de la vida o de aquellos que querían vivir.
Pasó el tiempo y conocí más de Xue, una joven aristócrata que vivía en el palacio como protegida del rey, nacida durante la última guerra. Encontraba reposo en la literatura y me sorprendió que hubiera leído mucho más que yo, incluso libros de difícil acceso y muchos en idiomas desconocidos para mí. A pesar de su inteligencia, tenía una actitud resignada en muchos aspectos, resignación que escondía un poco de rebeldía, algo que seguiré sosteniendo, pero que prefería mantener en secreto.
Una tarde, la llevé al jardín de Qing Hui Yuan (y el lector precavido sabrá mis intenciones) para luego en la costa de Lisuan-tú ver el atardecer, mientras escuchábamos fragmentos de la banda sonora; una melodía repetitiva por una mala edición de video. No alcanzamos a distinguirla por sus frecuentes discontinuidades, pero nos hizo reír pensando que algo había comenzado a funcionar mal, y eso quizás era satisfactorio. En medio del diálogo que ahora avanzaba a regiones más íntimas observamos que no anochecía y que comenzaban a surgir en el horizonte algunas roturas en la pista de video.
Parecía que era necesario editar el mundo nuevamente.
Toma#3
Decidimos huir. Xue no logró soportar la humillación de la noche anterior donde el director y su séquito entraron en nuestra habitación a corregir quien sabe qué, a pedir un doble de riesgo, o dos, y a grabar mil veces la misma escena. Yo, en un momento, me negué a seguir los consejos del director que me sostenía frente a mis ojos un nuevo guion que debía representar, el cual rompí y dejé caer al suelo violentamente. “¡No!”, le dije, y para mi sorpresa, el Director no reaccionó, extrajo un nuevo guion de su sobretodo y me lo extendió. Parecía que disponía de todos los destinos de la humanidad en los bolsillos internos de su traje, pero a todos rompí aunque insistía en darme nuevos. Al final, sin poder resistirnos, cedimos y ya llegando el amanecer se fueron, tras obtener la escena que querían.
Junto con Xue nos dirigimos a la costa y subimos a una de las canoas pesqueras. Ambos llevábamos nuestros libros, algunos nos los habíamos colgado a modo de espadas, a la cintura. Los demás los ordenamos de manera que pudieran entrar todos. Decidimos leer en voz alta algún fragmento mientras hacíamos los preparativos para el viaje, no fuera a ser que apareciera el Director, ese ser tan extraño, que a modo de una sombra era mucho más real que nosotros y que el mismo mundo. Xue eligió el final de la novela que estaba leyendo la vez que nos conocimos…
Hasta aquí llega mi testimonio. Lo que sigue a continuación será contado por alguien que nos vio detrás sol. Futuras generaciones lo anexarán a mi relato con las correcciones pertinentes:
“El hombre y la mujer subieron a la canoa y comenzaron a alejarse de la costa cuando ocurrió. Mientras ella le leía y él remaba enérgicamente levantaron la cabeza al unísono, buscando quizás, más allá del horizonte interrumpido, a aquel que acechaba su caótico éxodo. En un momento, (y dudo si es veraz esta expresión, dado que el tiempo comenzó a resignificarse) ambos regresaron a la orilla, en reversa, a pesar de sus esfuerzos por avanzar. Luego, permanecieron estáticos, como pausados, sintiendo que alguien los miraba a través del sol. Con manos temblorosas tomaron los libros una última vez, pero no sabían cómo combatir aquel fenómeno que parecía por veces tan inofensivo y por veces, tan mortal. Tenía, como en el caso del fracasado suicidio, algo de perverso y algo de milagro.
La noche llegó repentinamente y después de un último beso se dieron cuenta que los habían apagado. Segundos después, ya moribundos, comenzaron a pasar los créditos, de este lado”.
(1) Posteriormente, este título doble (Un cuento Chino y A la orilla del agua) se reeditó con el título de: La resignificación del sujeto en Lisuan-tú: la filosofía del montaje de la vida y la mala edición del mundo, a causa de la confusión en una ponencia en la UNCuyo, en el marco de las XVII Jornadas de Existencialismo Latinoamericano. Esta confusión es clave para reconocer dos cosas. La primera, que hay muchas versiones del cuento; la segunda, que estamos en presencia de un texto arduamente corregido a lo largo de las épocas. Esto justificará los tormentosos anacronismos de los que será presa el lector.
Este texto ganó el primer premio del certamen de literatura y cine organizado por la Revista Trifulca.
¡Migrar es un derecho! ¡Es libertad! La Fundación Resifro de la Plata, Buenos Aires, trabaja en pos de los derechos de refugiados y emigrantes y, desde hace dos años, organiza un Certamen Internacional en las categorías de poesía y microrrelato en donde se visibilizan experiencias de la inmigración.
En 2023, dos mendocinas nos llevamos los primeros premios, Fernanda Briz en microrrelato y yo, María Sofía Abarca, en poesía. ¡Muy orgullosa por este reconocimiento tan bonito!
LA PREGUNTA
Estoy
en la búsqueda de mis propias fronteras y me pregunto qué encontraré:
qué
tiene para darme esta tierra que recibió mi semilla y en dónde crecerán,
esperanzadas,
mis nuevas raíces habituadas al sustrato de otros suelos áridos.
A
veces, creo que estoy cultivada por el agua de lluvias emigrantes, por la luz
nunca
arrepentida del sol y por un idioma fundado a partir de revoluciones y de
guerras;
un
idioma cargado de muertes, de nacimientos, de viajes y de dioses forasteros.
En
esa sospecha fugaz de mi origen milagroso,
descubro
que soy hija de un mundo escindido:
una
de sus mitades vuelve a buscarte y la otra se queda sola, soñando.
Mi
hogar nunca tuvo forma de crisálida, nunca pude sostener yo sola
todos
mis truenos, pero me acostumbré a trasformar en mi casa las estrofas
del
himno gigante y generoso de mi país, acostumbré a construir mi casa
sobre
los versos de una oración de Santo Torino Romo, sobre el uso horario
que
me separa de tu abrazo, y sobre los kilómetros de mi incertidumbre.
Mi
lenguaje es parte de mi patria: en ella están impregnadas las conquistas,
los
gritos, los amores, los reencuentros y las creencias de los antepasados.
Mi
lengua madre no es más que otro inmigrante que ha tomado el barco
junto
con todos sus lexemas y su gramática apátrida; ha venido, embarazada
de
sus prefijos a construir su propia palabra, a dejarse polinizar por abejas nuevas
que,
por momentos, atraviesan la carne cansada con su aguijón de bienvenida.
Buscando,
vi niños solos, niños huyendo de la ruina y la persecución,
familias
amparadas solo por el desierto o el mar que debían cruzar
para
sanar aquellos símbolos de la violencia y del miedo.
Junto
las manos, veo que más que manos parecen las dos mitades de un nido
que
los pájaros migratorios de Mendoza han deshabitado, ahora lo adopto como mío:
escribe
palabras en otro idioma, protege, enlaza, toma otras manos
con
el color de un atardecer que veo por primera vez.
Todo
el tiempo, a pesar de mi buena fe, he formulado mal la pregunta,
he
malinterpretado la envergadura dormida de mis alas. Yo no busco, yo ofrezco.
La
pregunta siempre fue: ¿qué tengo yo para dar a esta tierra?
Asun Casasola perdió a su hija Nagore Laffage, de 20 años, durante los Sanfermines del 2008. Nagore fue asesinada en Pamplona por José Diego Yllanes Vizcay y, desde ese momento, Asun Casasola milita y denuncia públicamente la violencia machista. Ella es un símbolo de libertad y lucha femenina.
En 2024, bajo la temática de "Una plaza en tu nombre", gané el primer premio del Certamen Asun Casasola con un relato breve titulado "Florecimiento", aunque, más que relato, fue un ejercicio de memoria, justicia y respeto por aquellas mujeres que no sobrevivieron a la violencia machista.
El relato recuerda a víctimas de la violencia de género en Mendoza, cuyos nombres siguen resonando.
FLORECIMIENTO
Corrió
hacia “La arboleda”, como si fuera un templo: aquella plaza que llevaba el
nombre de todas, incluso de aquellas que hacía tiempo no se nombraban. Sintió
que podría resguardarse entre los árboles hermosamente vivos- habían plantado
uno por cada mujer asesinada en los últimos años- y este homenaje causó que,
más que plaza, aquel lugar, tomara las dimensiones de un bosque. Le llamaban
“La arboleda”, porque querían recordarlas vivas: siempre creciendo hacia la
luz, floreciendo y llenándose de mariposas.
Se
escondió atrás de Mariana, un paraíso sombrilla que la protegió hasta que su
agresor la perdió de vista. Luego, Mónica y Patricia, dos ciruelos, la guiaron
hasta el centro de la plaza, en donde podría esconderse. Las flores de Marlén
llenaban de color violeta un camino hacia la calle más cercana, para que
pudiera volver segura. Sin embargo, ella todavía tenía miedo: pensaba que, en
cualquier momento, él aparecería para pedirle perdón, para volver a manipularla
y, cuando menos lo esperara, atacarla de nuevo. El aroma de las flores de Lola
la consoló, un limonero real que le extendía sus ramas cubiertas por azahares
como, en otro tiempo, extendía los brazos. Sintió que la estaban protegiendo y
que no debía por qué tener miedo. Ella era valiente como María, el árbol que
daba fruto en todas las estaciones y era fuerte, como la corteza de Eliana.
Decidió seguir el rastro de las flores que dejó caer Marlén para ella, como una
epifanía: entre todas nos ayudaríamos, aunque ya, no estuviéramos.
Encontró
la esquina y cruzó la calle, escoltada por aquellas mujeres que la violencia
había convertido en árboles que hoy florecían. Gracias a ellas, llegó al
laboratorio pericial. El forense le inspeccionó todos los golpes, los
moretones, las puñaladas y el corte en el cuello. Cada herida mudó en una flor
perfumada: porque era cierto, la agresión que parecía no terminar, nunca
permitiría que nos fuéramos de este mundo sin haber convertido todo en
primavera.
Lee la noticia completa sobre los ganadores en el Diario Vasco
Un importante premio de una gran trayectoria en España, en el marco de las Fiestas Falleras de Valencia. ¿Qué son las fallas? ¿A quién se indulta y por qué? ¿Qué es el castillo de fuegos artificiales? ¿Qué es la despertá, la cremá y la plantá? ¿Qué sentirá don Quijote cuando se encuentre con una de las fallas de Utiel, en la Plaza de San Juan?
Yo no conozco Valencia, pero este cuento sí. Ganó el primer premio en la categoría de relato, por unanimidad del jurado y fue publicado en un libret fallero. ¡Un orgullo muy grande!
“Del buen suceso que el valeroso don Quijote
tuvo en la jamás imaginada aventura contra las Fallas de Utiel en Valencia”.
En eso, y después de haberse enfrentado a los que don
Quijote juzgó de Perseguidores de la Orden del Artesano, que no eran sino más
de cuarenta falleros de Valencia que se preparaban para el desfile de los
monumentos, el famoso Hidalgo descubrió unos gigantes más monstruosos que los
mismos molinos de La Mancha, a los que llamó “titanes”.
—La aventura nos va guiando, hacia guerras más justas, mi
buen Sancho, donde se abren camino cien titanes, con quienes pienso enfrentarme
y haceros perder la vida, y con cuyos despojos, nos abasteceremos para la
próxima batalla.
—¿Qué titanes?— reclamó Sancho.
—Aquellos que se extienden a la distancia, algunos vienen
con una extraña cohorte a sus pies. Me pregunto qué titanes son, pero no pienso
hacer cobardía, Sancho. Es gran servicio de Dios quitarlos de la faz de la
tierra.
—¡Espere, mi señor!—pidió Sancho—. Aquello que ve son los
monumentos falleros que han estado haciendo con tanto esfuerzo los artistas a
los que usted confundió con perseguidores.
—Bien parece, Sancho— respondió Don Quijote blandiendo un
palo de madera que les había quitado a los falleros— que no estás muy entendido
en esto de las aventuras: ellos son titanes y los han mandado a sembrar el caos
aquí en Valencia. Yo soy el único que puede enfrentarlos. Si tienes miedo,
ponte en oración y mírame cómo entro en singular batalla contra ellos.
Y diciendo esto, dio espuelas a Rocinante y corrió entre
los petardos que habían comenzado a estallar, pero nada parecía espantarlo. Sin
atender a las voces de su escudero, se dirigió a lo que él creía que era un
titán y arremetió el palo, que creía espada, sobre una de las fallas de Utiel
que, con gran originalidad, recreaba escenas de palabras por orden alfabético,
de la letra F. Contra todas ellas se fue Don Quijote, indignado y, al ver que
no se defendían, gritó:
—Non fuyades, pávidas criaturas, que es un solo hombre,
El Famoso Hidalgo, el que los enfrenta.
Sancho intentó detenerlo, pues aquella comitiva iba
directamente hacia los fuegos de una hoguera imponente.
—Mira pues, Sancho, no te he dicho que leí en el Felixmarte de Hircania sobre brujería,
magia negra y otros portentos que debían enfrentar los caballeros andantes.
—¡No creo, mi señor, que sea brujería! Más parece una
festividad del pueblo. Queman las fallas en el acto de la crida, como bien usted está viendo. Los falleros hacen las piezas
artísticas y luego, las incendian en la fiesta.
Don Quijote quedó más loco y sin idea:
—Verdad, que estos monstruos no se han defendido y no me
han dado de palos como los anteriores. Sigo sin entender por qué los queman.
—Es una tradición— intentó explicarle Sancho que venía
hacia él, sosteniendo dos vasos de un brebaje.
—¿Qué es esto, Sancho? ¿Alguna pócima para curar las
heridas?
—Es chocolate caliente.
Don Quijote largó la carcajada ante la simpleza de su
escudero y procedió a beberse, confiado, toda aquella infusión que juzgó de
mágica.
Mi relato "Tanatomicrobioma o Memento Mori", se ha alzado con el primer premio en la edición 2024 del Certamen Internacional "...