De 141 relatos, este cuento recibió el segundo premio en México. No pude creer cuando escuché mi nombre y me leyeron en vivo en el Bazar de Almas Libres, en el auditorio del Colegio Libre de Hidalgo (Pachuca de Soto), en el marco del certamen internacional organizado por el Operativo Cacomixtle.
PARA UNA REVISIÓN DE LA NEUROANATOMÍA DE LA MÚSICA.
Las
ondas sonoras que llegaron al epitelio ciliar se transformaron en energía
eléctrica y, en el silencio del eje mediolo de la cóclea, las dendritas de la
primera neurona condujeron la tetanización, sin poder controlarla.
No sabía de tristezas,
ni de lágrimas ni nada,
que me hicieran llorar.
Desde
el núcleo geniculado medial del tálamo, cada sílaba armonizada partió provocando
vibraciones talámicas, hacia la corteza auditiva sensorial. La estimulación
comenzó cuando las ondas sonoras de la canción se convirtieron en impulsos
nerviosos. El hipotálamo, el núcleo de accumbens y el área tegmental ventral
recibieron una información tal que estimularon la producción de óxido nítrico y
la liberación de serotonina.
La
voz tan particular del cantante llegó a cada centímetro del cuerpo, en la
intimidad silenciosa del microbioma.
—Señor.
La
información se proyectó al sistema límbico que liberó, a través del hipotálamo
dopamina, feniletalimina, corticoide y endorfinas.
Yo sabía de cariño, de ternura.
porque a mí desde pequeño
eso me enseño mamá,
eso me enseño mamá.
Los
niveles de cortisol se redujeron. El sistema simpático y el parasimpático se
coordinaron como nunca antes.
—Señor,
por favor— volvieron a intentar las neuronas en sinapsis.
El
Cerebro, irritadísimo, volvió a la intimidad del diálogo anatómico y estalló en
miles de terminaciones nerviosas.
—¡Les
he dicho que no me hablen mientras estoy escuchando a Juan Gabriel!—.
—Le
pedimos mil disculpas— se humilló el grupo de neuronas—. Queríamos decirle que
el nervio ocular se ha vuelto a mover.
Fuera
del cuerpo, en aquel universo de estímulos y de apremios, una mujer conectada a
un aparato respiraba con dificultad. El coma la había dejado postrada desde
hacía seis largos meses en un hospital de Chiapas. La corteza cerebral, los
tejidos y todos los huesos estaban al tanto de aquel intento de suicidio que
había salido mal.
Los
violines y las trompetas hicieron que los escalofríos llegaran hasta la
superficie cutánea: el efecto del cutis anserino no tardó en llegar.
Los
metatarsos se movieron.
—Señor,—
le indicó el grupo de neuronas— la mano izquierda, los músculos, ¡están
respondiendo!
Ninguno
ahí quería perder la batalla, a pesar de la mala decisión que no pensaban
volver a tomar. Pero el Cerebro no quería atender a las nuevas noticias del
periódico neuronal, amaba las baladas rancheras y esperó tanto para poder
volver a escuchar una.
—¡Pero
desgraciadamente!— cantó el Cerebro, dejándose llevar por
abstracciones—. ¡Era una noche como esta!
¡Cuando te encontré! – cantó imitando a Juan Gabriel.
El
ensamblaje celular, en su diálogo interconectado, disparó un estímulo
específico: era él. La actividad colectiva de los nervios llegó hasta el
hombro, la articulación del codo, las falanges y la ingle. Y fue irreversible.
—¡Señor!—le
indicaron las neuronas—. ¡Estamos abriendo los ojos!
Los
fotorreceptores sabían que no iban a encontrarse con él cuando abrieran los
párpados, pero aquella balada los estimuló tanto que el mismo cuerpo creyó que
los ojos también estaban escuchando.
Intentando
sobrellevar el conflicto emotivo, en donde aquel recuerdo retomó el poder de
las funciones simbólicas conscientes, el Encéfalo se encargó de dar las órdenes
próximas, arriesgando la homeostasis.
—Amígdalas—
les indicó el Encéfalo— quiero una lista de canciones.
Las
dos Amígdalas buscaron entre sus células con forma de almendra y sus lóbulos,
el registro de las canciones.
—Las más votadas
por todos los órganos:— informó la Amígdala del hemisferio izquierdo—
“Invéntame” y “Si no te hubieras ido” de Marco Antonio Solís; “Ni por favor” de
Pedro Infante, “Amigos simplemente amigos” de Ana Gabriel, “Fuentes de Ortiz”
de Ed Maverick, “Antes de ti” de Mon Laferte, “El presente” de Julieta Venegas,
“Rosa Pastel” de Belanova…
—¿Y el puesto
uno?— interrumpió el Encéfalo.
—“Hasta que te
conocí”— sonrió la Amígdala del hemisferio izquierdo— de Juan Gabriel, la
versión en vivo desde el Instituto Nacional de Bellas Artes.
Un grito se hizo
eco en el microbioma:
—¡Es la que
estoy tratando de escuchar!— se exasperó el Cerebro desde la intimidad de sus
meninges. — ¡Qué se amplifique el volumen en cada rincón de este cuerpo!—
ordenó.
Afuera, los ojos se abrieron al
ritmo de las guitarras y trompetas del minuto cinco, como si fuera una entrada
victoriosa. Cada órgano se había arriesgado, como Hermes cuando robó las vacas
del dios Apolo para hacer su lira, así se entregaron los sistemas a los sonidos
sanadores. Así se había catapultado el lenguaje, en aquel diálogo
psicosomatológico.
La música y la vida les habían dado
otra oportunidad, y el Cerebro, entre sus millones de síntomas, reconoció que
les debía a todos una eternidad de disculpas. Se fue recuperando conforme
avanzaba la canción, los ojos lloraron, las manos temblaron y la cabeza se
movió de a poco, otra vez.
Agradecieron
la fuerza que siempre tuvieron y se quedaron en silencio escuchando las últimas
estrofas de aquella canción salvadora.
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