Plegaria por las abejas

Ni el frío las detiene en su imperiosa adoración por el perfume, en ese culto que conservan, como si estuvieran rezándole a un dios que se deja ver, luminoso, entre los pétalos, con el corazón hecho de miel.

lunes, 22 de abril de 2024

Segundo premio en el IV concurso de relatos cortos “Vence el encierro 2023: Canciones para bien morir”, en México, organizado por el Operativo Cacomixtle. (Noviembre, 2023)







De 141 relatos, este cuento recibió el segundo premio en México. No pude creer cuando escuché mi nombre y me leyeron en vivo en el Bazar de Almas Libres, en el auditorio del Colegio Libre de Hidalgo (Pachuca de Soto), en el marco del certamen internacional organizado por el Operativo Cacomixtle.


PARA UNA REVISIÓN DE LA NEUROANATOMÍA DE LA MÚSICA.

 

Las ondas sonoras que llegaron al epitelio ciliar se transformaron en energía eléctrica y, en el silencio del eje mediolo de la cóclea, las dendritas de la primera neurona condujeron la tetanización, sin poder controlarla.

No sabía de tristezas,

ni de lágrimas ni nada,

que me hicieran llorar.

Desde el núcleo geniculado medial del tálamo, cada sílaba armonizada partió provocando vibraciones talámicas, hacia la corteza auditiva sensorial. La estimulación comenzó cuando las ondas sonoras de la canción se convirtieron en impulsos nerviosos. El hipotálamo, el núcleo de accumbens y el área tegmental ventral recibieron una información tal que estimularon la producción de óxido nítrico y la liberación de serotonina.

La voz tan particular del cantante llegó a cada centímetro del cuerpo, en la intimidad silenciosa del microbioma.

—Señor.

La información se proyectó al sistema límbico que liberó, a través del hipotálamo dopamina, feniletalimina, corticoide y endorfinas.

Yo sabía de cariño, de ternura.

porque a mí desde pequeño
eso me enseño mamá,

eso me enseño mamá.

Los niveles de cortisol se redujeron. El sistema simpático y el parasimpático se coordinaron como nunca antes.

—Señor, por favor— volvieron a intentar las neuronas en sinapsis.

El Cerebro, irritadísimo, volvió a la intimidad del diálogo anatómico y estalló en miles de terminaciones nerviosas.

—¡Les he dicho que no me hablen mientras estoy escuchando a Juan Gabriel!—.

—Le pedimos mil disculpas— se humilló el grupo de neuronas—. Queríamos decirle que el nervio ocular se ha vuelto a mover.

Fuera del cuerpo, en aquel universo de estímulos y de apremios, una mujer conectada a un aparato respiraba con dificultad. El coma la había dejado postrada desde hacía seis largos meses en un hospital de Chiapas. La corteza cerebral, los tejidos y todos los huesos estaban al tanto de aquel intento de suicidio que había salido mal.

Los violines y las trompetas hicieron que los escalofríos llegaran hasta la superficie cutánea: el efecto del cutis anserino no tardó en llegar.

Los metatarsos se movieron.

—Señor,— le indicó el grupo de neuronas— la mano izquierda, los músculos, ¡están respondiendo!

Ninguno ahí quería perder la batalla, a pesar de la mala decisión que no pensaban volver a tomar. Pero el Cerebro no quería atender a las nuevas noticias del periódico neuronal, amaba las baladas rancheras y esperó tanto para poder volver a escuchar una.

—¡Pero desgraciadamente!— cantó el Cerebro, dejándose llevar por abstracciones—. ¡Era una noche como esta! ¡Cuando te encontré! – cantó imitando a Juan Gabriel.

El ensamblaje celular, en su diálogo interconectado, disparó un estímulo específico: era él. La actividad colectiva de los nervios llegó hasta el hombro, la articulación del codo, las falanges y la ingle. Y fue irreversible.

—¡Señor!—le indicaron las neuronas—. ¡Estamos abriendo los ojos!

Los fotorreceptores sabían que no iban a encontrarse con él cuando abrieran los párpados, pero aquella balada los estimuló tanto que el mismo cuerpo creyó que los ojos también estaban escuchando.

Intentando sobrellevar el conflicto emotivo, en donde aquel recuerdo retomó el poder de las funciones simbólicas conscientes, el Encéfalo se encargó de dar las órdenes próximas, arriesgando la homeostasis.

—Amígdalas— les indicó el Encéfalo— quiero una lista de canciones.

Las dos Amígdalas buscaron entre sus células con forma de almendra y sus lóbulos, el registro de las canciones.

—Las más votadas por todos los órganos:— informó la Amígdala del hemisferio izquierdo— “Invéntame” y “Si no te hubieras ido” de Marco Antonio Solís; “Ni por favor” de Pedro Infante, “Amigos simplemente amigos” de Ana Gabriel, “Fuentes de Ortiz” de Ed Maverick, “Antes de ti” de Mon Laferte, “El presente” de Julieta Venegas, “Rosa Pastel” de Belanova…

—¿Y el puesto uno?— interrumpió el Encéfalo.

—“Hasta que te conocí”— sonrió la Amígdala del hemisferio izquierdo— de Juan Gabriel, la versión en vivo desde el Instituto Nacional de Bellas Artes.

Un grito se hizo eco en el microbioma:

—¡Es la que estoy tratando de escuchar!— se exasperó el Cerebro desde la intimidad de sus meninges. — ¡Qué se amplifique el volumen en cada rincón de este cuerpo!— ordenó.

Afuera, los ojos se abrieron al ritmo de las guitarras y trompetas del minuto cinco, como si fuera una entrada victoriosa. Cada órgano se había arriesgado, como Hermes cuando robó las vacas del dios Apolo para hacer su lira, así se entregaron los sistemas a los sonidos sanadores. Así se había catapultado el lenguaje, en aquel diálogo psicosomatológico.

La música y la vida les habían dado otra oportunidad, y el Cerebro, entre sus millones de síntomas, reconoció que les debía a todos una eternidad de disculpas. Se fue recuperando conforme avanzaba la canción, los ojos lloraron, las manos temblaron y la cabeza se movió de a poco, otra vez.

Agradecieron la fuerza que siempre tuvieron y se quedaron en silencio escuchando las últimas estrofas de aquella canción salvadora.


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